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Viajar con miedo a Acapulco

DE EL CONOMISTA


21 Marzo, 2013 - 22:23


CREDITO: 
Enrique Campos Suárez

Quizá era muy joven en ese entonces, pero cuando Carlos Salinas de Gortari inauguró la Autopista del Sol, que nos permitía llegar de Cuernavaca a Acapulco en tres horas, realmente pensé que este país estaba camino al primer mundo.

Sobre todo, cuando en mi infancia había padecido ese vía crucis de viajar horas y horas por carretera para llegar al puerto, con el único aliciente de poder pasar a comer hot dogs gigantes en la Vaca Negra de Iguala a la mitad del camino.

Fieles a la tradición chilanga, viajábamos cada Semana Santa, para hospedarnos en uno de los hoteles más emblemáticos de la playa Condesa acapulqueña.

En años más recientes, la principal queja del puerto guerrerense era el tráfico insufrible de la Costera Miguel Alemán, el crecimiento desmedido de la llamada zona diamante y lo viejo de la infraestructura del llamado Acapulco tradicional.

Nada que no pudiera compensarse con el sol, las playas y las Yolis acapulqueños. Pero la inseguridad y la violencia son ya otra cosa.

No se trata de historias urbanas ni de noticias aisladas. Son experiencias de personas cercanas a cualquiera que tiene alguna mala experiencia en este importante destino mexicano.

Acapulco fue abandonado a su suerte desde hace muchos años. No había manera de mantener un destino turístico tranquilo en la franja cercana a la costa, cuando toda la parte trasera y ascendente a la cordillera retrataba algunos de los peores episodios de pobreza y abandono de este país.

Las partes altas de Acapulco son perfectamente comparables con las favelas de Río de Janeiro, donde la pobreza es el común denominador y el crimen organizado rige la vida de las inclinadas calles de esos barrios.

La elección de un personaje al que le gustaba que le llamaran El Toro sin tuercas como Presidente municipal era más que una clara señal del declive de una sociedad de un polo económico tan importante.

La quiebra financiera del municipio no es más que el reflejo del descuido del gobierno estatal y federal de la suerte de su mina de oro.

Hoy existen posibilidades serias de ser víctimas de la delincuencia o quedar atrapado en medio de un hecho violento en Acapulco o en el camino hacia el puerto. Los propios hoteleros recomiendan a sus visitantes no salir de noche y muchos restaurantes han optado por cerrar sus puertas.

Se podría poner un soldado en cada esquina de la zona turística y el problema no se resolvería, porque las zonas pobres son el caldo de cultivo ideal para la violencia que después repercute en la costera.

Son miles de familias que viven de la actividad turística y que son las principales afectadas por la delincuencia, tanto en carne propia como en la sensible baja de visitantes.

Hay, de hecho, montado un operativo especial para resguardar a los visitantes durante la próxima semana, que es la más importante para las visitas del turismo nacional. Los llenos están garantizados en hoteles y restaurantes. Pero es un hecho: hoy Acapulco aparece como un lugar peligroso.

Y hacer la típica peregrinación chilanga al puerto guerrerense hoy agrega un componente adicional: el miedo.
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