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La terminal de todos

Los mismos que influyeron en la construcción de la Central Camionera Plan de San Luis, la condenaron veinte años después a la decadencia y el olvido. Con este inmueble se ordenó el servicio de transporte de pasajeros en la ciudad. Hoy, el edific


En junio de 1970, la Selección Mexicana avanzaba a cuartos de final en el Estadio Azteca, el Cine Teatro Alameda exhibía “Vórtice de Fuego”, con John Wayne y Katharine Ross y en una porción de los Charcos de Pansacola, partidos por la primitiva Diagonal Sur, se inauguraba la Central Camionera “Plan de San Luis”. 

Todo era júbilo ese 13 de junio. De impecables trajes negros y lentes oscuros, José Antonio Padilla Segura, el gobernador Antonio Rocha Cordero y el empresario Quintín Rodríguez develaban la placa inaugural en la plazoleta del moderno inmueble, bajo el asta donde ondeaba la bandera tricolor, acompañados por miembros de la industria del autotransporte que, tras conseguir un préstamo de 22 millones de pesos en el grupo Comermex, hacían realidad su ambicioso proyecto. 

Padilla Segura, secretario de Comunicaciones y Transportes durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, Rocha Cordero y Rodríguez González, éste presidente de la Sociedad Plan de San Luis -que administraría las operaciones de la terminal camionera-, recorrieron el inmueble posteriormente, complacidos del funcional edificio de altas paredes, ventanales, celosías y estacionamientos. 

La gente que pasaba alrededor no dudó en sumarse al júbilo de la ocasión, la imponente obra acaparaba la atención de transeúntes y conductores que circulaban por la Diagonal Sur, cuyo camellón estaba lleno de tierra y arbustos y hasta el Ayuntamiento de la capital, que figuró poco esa tarde, ordenó a su cuerpo de policías ordenar el tráfico alrededor de las cuatro calles que circundaban el flamante inmueble. 

Seguidos por el séquito, el funcionario federal, el gobernador, transportistas y demás invitados caminaron por los pasillos, que estaban flanqueados de locales de dulces y revistas; visitaron las salas de espera, la caseta de control -que a través de un moderno sistema de sonido informaría a los viajeros las salidas y llegadas de los autobuses- y miraron complacidos los andenes -separados de la salas de espera por enormes ventanales. Era la Central Camionera “Plan de San Luis” que habría de poner orden al transporte de pasajeros. 

LOS TOÑOS 

Desde 1967, la delegación de la SCT presionaba a los transportistas a que se organizaran y buscaran un lugar dónde prestar sus servicios de manera ordenada, pues no había terminal de autobuses y cientos de viajeros provenientes de los municipios vecinos o de otros estados se quedaban varados en las callejuelas al este del centro capitalino -lugar que utilizaban como terminal los choferes- esperando a que arribara otro camión para completar su destino. 

El servicio de transporte foráneo era deficiente y primitivo, las líneas operaban por su cuenta e invadían calles de los límites del centro de la ciudad para dejar y recoger pasajeros. Tampoco había puntualidad en las corridas del autotransporte y no había otros baños que los de los numerosos hotelitos que pululaban en la manzana que hoy ocupa la Procuraduría General de Justicia del Estado. 

Ese caos, esa manera pueblerina de transportar pasajeros quedaba atrás ese día de San Antonio de Padua de 1970, y comenzaba a escribirse otra página en la historia del autotransporte de pasajeros en el país, pues la central Plan de San Luis era una de las mejores de la República Mexicana. El gobierno de Díaz Ordaz incentivó la creación de terminales camioneras en el país a través de créditos y estímulos fiscales y ésta era la quinceava que se construía en el territorio mexicano, pero la tercera más importante por su capacidad y tamaño, luego de la de Querétaro y Toluca. 

Después de la inauguración y el recorrido, Rocha Cordero, Padilla Segura y su séquito de colaboradores fueron conducidos al salón “Los Globos”, donde los transportistas les tenían preparado un agasajo. Allí, Padilla Segura –nacido también en tierras potosinas e ingeniero de profesión- exhortó a sus anfitriones a “trabajar unidos en beneficio de México”. 

Después del convite – al que según la crónicas periodísticas de la época asistieron mil invitados-, Antonio Padilla y Antonio Rocha abandonaron el centro de eventos sociales y partieron en sus lujosos autos negros (Padilla Segura había tenido una gira intensa por el estado, tras otorgar audiencias en Palacio de Gobierno y visitar las obras de construcción del Instituto Tecnológico Regional de San Luis Potosí, acudió a la inauguración de la Central Camionera y se enfiló a Villa de Reyes, para luego regresar a la capital y volar a la Ciudad de México, a las 19:30 horas). 

Desde la banqueta del salón, los inversionistas agitaban sus manos para despedir a “los Toños”, quedando satisfechos de haber agasajado a quienes regularían su actividad justo el día de su santo. 





DOS SUERTES 

Quintín Rodríguez González no pasó de cuarto año de primaria, pero era ducho en los negocios. Avanzaba la segunda mitad del siglo XX y su natal Ahualulco aún era un pueblo incomunicado, con pésimas terracerías y sin servicio de transporte foráneo. Quintín había sentido en carne propia la pobreza, pero tuvo el coraje de rebelarse a su marginal destino probando todo tipo de oficios y ganándose la confianza de aquellos que lo empleaban. 

Manuel López Dávila, gobernador en el periodo 1961-1967, impulsó entre otras, la construcción de la carretera San Luis Potosí-Ahualulco. A los pocos meses, el hombre de baja estatura, moreno y mirada penetrante desafiaba a la miseria. Con un arriesgado préstamo que le hiciera un agiotista, Quintín Rodríguez consiguió tres camiones usados marca International “de trompa” para llevar pasajeros de los municipios de Moctezuma, Mexquitic, Venado y Villa de Guadalupe a la capital del Estado y viceversa. Pronto, lograría pagar los préstamos y a la postre se convertiría en un acaudalado transportista de la región. Pero el destino lo haría llegar aún más lejos. 

En 1968, ya con una flotilla de 25 camiones, Quintín Rodríguez conoció en la capital potosina a Salvador Sánchez Alcántara, otro transportista y socio mayoritario del Grupo Estrella Blanca que lo invita a sumar su flotilla al grupo, uno de los más importantes del país en ese entonces. Ambos se organizaron con los propietarios de otras 22 líneas de autotransporte para aportar capital y construir la central camionera, cumpliendo así las exigencias de la SCT. 

Para construir el inmueble, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes “concursó” la realización de la obra, dejando fuera a las empresas potosinas argumentando que no tenían experiencia en ese tipo de obras, así que TAB S. A., compañía proveniente del Distrito Federal fue la que, sobre un terreno de 49 mil 94 metros cuadrados, edificó todo lo necesario para las rutas camioneras: 30 mil metros cuadrados de construcciones y 20 mil de patios de maniobra y estacionamientos. 

Quintín Rodríguez González propuso a la recién conformada Sociedad Plan de San Luis construirla en un pedazo de terreno al oriente de la ciudad que antiguamente se conocía como “Los Charcos de Pansacola”, pues cada vez que llovía se hacía una laguna. Esa superficie –que abarcaba desde la Facultad de Psicología hasta la colonia El Paseo, partida por la Diagonal Sur- era propiedad de la familia de Leoncio Franco, quien vendió el predio en 250 mil pesos. 

La Sociedad Plan de San Luis se acercó al grupo Comermex, quien le financió 22 millones de viejos pesos para su proyecto y el primero de agosto de 1969 comenzaron los trabajos (el periódico El Heraldo publicó que los trabajos comenzaron dos años antes, el 18 de septiembre de 1967). 

Decenas de trabajadores al mando de TAB S.A. construirían la terminal en un estilo modernista. Por el lado de la calle José Guadalupe Torres, las salas de tercera y segunda clase; por el lado de la Diagonal Sur, la Sala de Primera Clase. Por Costado Sur, la entrada y salida de camiones y por Dolores Jiménez y Muro, los talleres de mantenimiento. 

En la Sala de Tercera estaban situadas oficinas de las líneas Autobuses Potosinos, Cerritenses, Rojos del Potosí -propiedad de Luis Mercado-, Autobuses del Altiplano, Transportes Vencedor y locales comerciales donde posteriormente se instalaría una lonchería y una ferretería. 

En la Sala de Segunda construyeron las oficinas y taquillas de Flecha Amarilla, Estrella Blanca, Autobuses Anáhuac, De los Altos, Oriente, Autobuses Flecha Roja –en toda la parte alta había 48 dormitorios para los choferes-, y locales comerciales donde se instalarían una tienda de revistas -donde “Alarma!” era el medio más vendido-, una espaciosa peluquería y un consultorio dental. 

En la esquina de José Guadalupe Torres y Diagonal Sur se construyó el restaurante principal que desde entonces ofreció el autoservicio -una forma no usada en restaurantes de la capital en la que los viajeros sólo empleaban 4 minutos desde que se formaban frente a una barra de guisados y pagaban al final de ésta-. La luz que ingresaba a los enormes ventanales del restaurante era regulada por una celosía de concreto que plasmaba el estilo arquitectónico funcionalista de los años sesenta. 

Por la Sala de Primera Clase, que además albergó las oficinas de las líneas más exclusivas, como Tres Estrellas de Oro, Ómnibus de México, Transportes Chihuahuenses y Transportes del Norte, estaban la oficina de Correos, la de Telégrafos y en la parte superior las oficinas de la Delegación de Tránsito Federal, además de locales comerciales frente a las taquillas. 

En la esquina de Diagonal Sur y José Guadalupe Torres se construyó una plazoleta, tenía una fuente, una jardinera y un asta bandera que flanqueaba la barda donde sería colocada la placa inaugural. 

Por el lado de Costado Sur, se construyeron las oficinas de la delegación de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, que tenía a su cargo la Policía Federan de Caminos y aseguraba vehículos de los “burreros” en un lote sin bardas y sin vigilancia que estaba frente de la dependencia, y cuyos oficiales buscaban la droga en llantas y falsos fondos a la vista de los curiosos. 

El resto de la superficie colindante con las calles Costado Sur y Dolores Jiménez y Muro se destinó para entrada y salida y un extenso patio de maniobras para los autobuses, así como los andenes, que estaban adornados con jardineras frente a los ventanales de las salas de espera. 

Años atrás, Quintín Rodríguez González había demostrado su capacidad para los negocios, pero también era hábil para convencer, logrando que los inversionistas lo nombraran el primer presidente del Consejo de Administración de la flamante Central Camionera Plan de San Luis. Él estrechó las manos de “los Toños” ese 13 de junio, funcionarios que vigilarían de cerca el servicio de transporte foráneo en SLP en los años siguientes. 
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