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Experimenta la magia siciliana

Haydé Murakami

TAORMINA,  Italia (9 enero 2011).- Sería el perfecto escenario para situar el cuento más cursi: callecitas que serpentean dominadas por balcones llenos de flores multicolores; largos, empinados estrechísimos y románticos callejones cuyo ancho es menor al de los brazos abiertos; cientos de escalones que tientan al paseante a echar un vistazo para indagar hasta qué nuevo y mágico rincón conducen.

Para rematar la visión, ya de por sí preciosa –dicho tal sin temor a caer en el adjetivo gratuito–, está la vista desde cualquiera de sus plazas hacia el azulísimo Mediterráneo y, para ponerle el acento dramático, de fondo está el volcán más alto y activo de Europa: el Monte Etna.

Si fuera un parque temático sería irritante tanta perfección. Pero no lo es. Esto es realmente Sicilia, así que no hay que sentir culpa por dejar que la belleza romántica de Taormina se meta por los ojos y se cuele hasta la parte más cursi de la médula.

Hay que llegar temprano. Cientos de cruceristas arriban todas las mañanas al puerto de la ciudad de Catania, que aunque cuenta con su encanto propio y muy digno, casi nada puede hacer para competir ante la tentación que provoca de boca en boca este pueblo ubicado a hora y media distancia en auto.

Pasea despacio

Se puede comprender de un primer vistazo por qué Goethe describió a esta ciudad como un "pedazo de paraíso" en su novela Italian journey: 1786-1788 apenas uno atraviesa la puerta Messina, que es una de las dos entradas del pueblo que estaba protegido por un circuito de muros que aún se puede ver a tramos.

Sicilia vio pasar, como sucedió en todas las islas clave del Mediterráneo, multitud de ocupaciones: griegos, romanos, bizantinos, normandos, árabes, españoles y sarracenos...

La herencia cultural que dejaron todos resultó en lugares únicos, como este, apostado sobre el Monte Tauro.

Hay que pasear tranquilamente por la calle principal llamada Umberto I, flanqueada por tiendas repletas de recuerditos, bares y galerías, y detenerse en cada una de sus tres plazas principales: primero la Piazza Duomo, donde el centauro emblema del Taormina se presenta por primera vez ante los visitantes.

Más adelante, en la plaza Vittorio Emanuelle II se encuentra el Palacio Corvaja, que fuera en su momento sede del primer parlamento de Sicilia y ahora alberga la Oficina de Turismo de Taormina sobre los restos de un foro romano.

Finalmente, frente a la iglesia de San Giuseppe está la plaza IX Aprile, desde donde se puede admirar la torre del reloj. Pero aquí todos paran para capturar una de las postales más solicitadas del lugar porque es una gran terraza natural que mira hacia las bahías con el orgulloso Etna de fondo.

Y si andabas en busca del que tiene fama de ser el café más caro de Sicilia, habrás llegado al lugar correcto. Cualquiera de los localitos te lo podrá servir a razón de 6 euros un exprés o 17 por un irlandés. Evita angustias y piensa en que estás pagando por disfrutar la vista panorámica... con un café gratis.

Dramático paraje

La atracción más socorrida de Taormina es el teatro grecorromano.

Se dice que el daño mayor que presentan los vestigios al fondo del escenario es paradójicamente uno de sus mayores encantos, porque permite que se cuele la vista más hermosa: las antiguas columnas griegas y los detalles romanos sirven de elegante marco para la bahía de Naxos y el Etna al fondo.

Los estudiosos creen que data del siglo 3 a.C., y que a su llegada los romanos quisieron ampliarlo y hacerlo todavía más magnífico (se calcula que podía albergar a un público de más de 5 mil personas).

Hoy todavía funciona como centro de espectáculos, donde se presentan festivales de cine y magnas producciones de música, ópera, ballet y teatro.

Al salir de ahí, conviene comprar un helado artesanal y dirigirse rápidamente a simplemente no hacer nada en alguna de las banquitas del parque público, que también tiene una vista espectacular hacia las bahías. Busca la intrigante escultura de una pareja angelical muy ejecutiva, con portafolio en mano y todo.

La sombra es muy reconfortante ya entrada la soleada mañana, y todavía está muy tranquilo, dado que los cruceristas que han llegado en multitud apenas van camino al teatro.

Si hay tiempo, quizás sea hora de ir a algún restaurante a probar alguna de las delicias sicilianas. No hay establecimientos de comida rápida: demasiado orgulloso es este lugar como para darles entrada todavía, pero sí hay snacks ligeros que se sirven en los pequeños bares.

También se vale comprar un poco de fruta, ya que los coloridos puestos son tan tentadores. No hay que perder la oportunidad de seguir andando y hurgar entre los locales que venden souvenirs de buen gusto, marionetas, máscaras y la "trinacria" o trisquele del escudo de armas siciliano en todos los materiales posibles, incluyendo lava del Etna.

La hora y media que toma volver a Catania será suficiente descanso después de la caminata. O quizás vale más la pena quedarse una noche, luego que todos se hayan ido, hospedarse en el hotel San Domenico Palace, que antaño fuera un convento.

Con suerte y uno se encuentra a un fraile fantasma que quiera contar más historias y ponerle el último toque mágico a Taormina.
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